LOS AMANTES (Tíbet)
Érase una vez un joven hijo de una pobre familia. Trataba de ganarse la vida arrancando lo que podía del terreno que había alrededor de la casa y guardando el pequeño rebaño de yaks que su familia poseía. Debido a que vivía en el lado sur del río, donde la hierba crecía pobre y rala, a menudo hacía el largo recorrido a través del río hasta el lado norte, donde la hierba era verde y lozana y había montañas y valles en los que su rebaño podía pacer. El viaje era de muchos kilómetros, pues tenía que ir a un bajío del río a fin de poderlo vadear sin peligro.
Durante uno de estos frecuentes viajes al lado norte del río fue cuando encontró una hermosa joven. También ella guardaba el rebaño de su familia, pero tenía mucho mayor número de yaks que él, por lo que sabía que ella no era pobre. Pronto empezaron a hablarse. Solían descansar al sol mientras sus animales vagaban por el valle; y hablaban de sus vidas, sus familias, sus sueños, y sus esperanzas para el futuro. Él se enteró de que ella tenía tres hermanos y que se turnaba con ellos para guardar el rebaño. Cada vez que él cruzaba el río miraba si ella estaba allí; algunas veces sí estaba; otras, uno de sus hermanos ocupaba su lugar.
Pronto la joven pareja se enamoró. La chica sabía que su madre se apenaría mucho si se enteraba de sus sentimientos, pues deseaba que ella se casara con el hijo de una familia vecina, y todo estaba casi concertado. Así que siguieron viéndose en secreto. A menudo el chico le cantaba a ella viejas caniones del Tíbet, canciones de amor, canciones sobre el pueblo donde él vivía. Un día se quitó uno de sus largos pendientes de turquesas y, delicadamente, se lo enlazó a ella en el pelo, de modo que quedara oculto. Con esto ellos dos se prometían, pero mientras el chico hacía esto, ella experimentaba una gran tristeza, pues sabía que su madre nunca consentiría su unión.
Un día la madre de la chica, que sospechaba algo por el deseo de ella de salir siempre con el rebaño, insistió en que se quedase en casa para bañarse y lavarse el pelo. Cuando la chica se desató el cabello, el pendiente de turquesas cayó al suelo y la madre reparó en él. Poniéndose hecha una furia, obligó a la chica a revelarle quién le había dado el pendiente.
Al día siguiente la madre le dijo a su hijo mayor:
-¡Coge esta flecha y, cuando encuentres a este hombre terrible, mátalo!
El hijo mayor cogió la flecha, pero cuando encontró al muchacho no pudo resolverse a matarlo. Por el contrario le dijo:
-¡Tú vete corriendo; yo mataré un cuervo y le llevaré a mi madre la flecha manchada de sangre!
Así lo hizo y cunado la madre vio la flecha, dijo a su hijo que la llevase al lama del pueblo. El lama devolvió la flecha con el recado de que en la punta de la misma había sangre de cuervo, no humana. La madre se enfadó mucho y dijo a su segundo hijo:
-¡Coge tú esta flecha y mátalo!
El segundo hijo cogió la flecha, pero, igualmente, cuando encontró al muchacho no tuvo ánimo para matarlo. Le dijo por el contrario:
-¡Tú vete corriendo; yo mataré una ardilla y le llevaré la flecha manchada de sangre a mi madre!
Así lo hizo y cuando la madre vio la flecha, ordenó a su segundo hijo que la llevase de nuevo al lama del pueblo. El recado fue esta vez que la sangre de la punta de la flecha tampoco era humana. La madre tampoco podía contenerse más, pues su odio al muchacho era tan intenso que no iba a descansar hasta verlo muerto. Mandó a su hijo menor y le dijo:
-Si matas a este hombre con esa flecha, te recompensaré con el oro que tu padre me dejó; pero si no lo haces, me cobraré tu vida en su lugar.
El hijo menor cogió la flecha y, cuando encontró al muchacho, se sintió muy afligido. No deseaba matarlo, pero sabía que su propia vida dependía de ello. "Si llevo la flecha con sangre humana-pensó-todo saldrá bien y mi madre pensará que he matado al muchacho. Le dispararé a la pierna sólo para herirlo." Soltó la flecha que se clavó en la pierna del muchacho, pero lo que no sabía que su madre había puesto veneno en la punta de la flecha antes de dársela.
El hijo menor corrió y de la pierna herida le quitó la flecha al muchacho, y se la llevo a su madre. Esta vez el recado que se recibió del lama fue que la sangre de la flecha era humana. La madre no cabía en sí de contento. "Por fin-dijo-me veré libre de esta amenaza."
El muchacho sufría mucho, pues su pierna se ponía peor y el veneno penetraba cada vez más en su cuerpo. Ya no podía andar con su rebaño, pero bajaba a la orilla del río y hablaba a gritos con la muchacha a través de las arremolinadas aguas.
-¿Qué tal tienes la pierna hoy?-le preguntaba ella. Y el contestaba:
-El dolor de mi corazón es muco mayor que el de mi pierna.
La chica se afligía y la salud del muchacho empeoraba.
Otro día ella le preguntó como se encontraba y él contestó:
-Amor mío no estaremos juntos en esta vida, pues temo que esta noche voy a morir. Si cuando bajes a la orilla mañana, hay un arco iris en el cielo, sabrás que he muerto.
Al día siguiente ella bajó corriendo a la orilla, pero, mucho antes de llegar vio el arco iris en el cielo. Así supo que el había muerto. Se sentó en la orilla del río y lloró hasta partírsele el corazón. Luego oyó dulcemente, la voz del muchacho que no salía de ninguna parte pero la rodeaba y cantaba así:
El río ha crecido muchísimo,
no entorpezcas la impetuosa canción de las aguas.
Puesto que nos hemos prometido mutuamente,
ningún enemigo puede entorpecer nuestra unión.
Ella volvió a su casa, donde su madre la esperaba. Se echó a sus pies y lloró. Suplicó que le dejase ir a las exequias del muchacho y le prometió que, cuando todo hubiera terminado, se casaría con el hombre que escogiese para ella. Su madre accedió y ambas, junto con una criada, fueron a las exequias. Cunado llegaron el chico yacía en una pira funeraria, pero por más que los de su familia lo intentaran, no podían conseguir que su cuerpo ardiera.
La chica se quitó la túnica y la arrojó sobre el cuerpo del muchacho. Inmediatamente se elevó una llama. Luego ella arrojo sus zapatos y la llama subió más alto. Volviéndose hacia su criada, cogió el aceite de mostaza que habían traído consigo y lo derramó sobre su propio cuerpo mientras entraba en la llameante pira funeraria. La madre contempló horrorizada cómo su hija se tendía sobre el cuerpo en llamas de su amante.
Cuando las llamas se apagaron, los huesos de la pareja se habían fundido entre sí. La madre de la chica y la del muchacho discutieron como separar los restos, para que los de cada cual pudieran ser enterrados en el lado respectivo del río. La madre de la chica le preguntó:
-¿Que era lo que más miedo le daba a tu hijo en este mundo?
La madre del muchacho respondió:
-Las serpientes.
A mi hija las ranas-dijo la primera.
Así, pues, colocaron una serpiente y un rana sobre los restos, que se separaron, pues los huesos respectivos se desplazaron según el miedo que tenían a los distintos animales. Luego los restos fueron enterrados en los lados respectivos del río: los del muchacho en el lado sur, los de la chica en el lado norte.
Pronto en ambos puntos crecieron sendos árboles, que se hicieron muy grandes y sus ramas se extendieron por encima del río y se entrelazaron. La madre de la chica mandó que los cortaran. Pero poco después, nacieron dos arbustos en lugar de los árboles y en cada uno de ellos se posaba un pájaro. Los pájaros se cantaban mutuamente a través del río y volaban uno hacia otro, bajando a jugar en las frescas aguas.
La madre de la chica hizo matar a los dos pájaros y arrancar de cuajo los dos arbustos. Mientras los espíritus de los pájaros subían al cielo, el macho le dijo a la hembra:
-Me parece que no vamos a estar nunca juntos.
-Sí, sí que lo estaremos- contestó el espíritu del pájaro hembra-; tú ve a las regiones de la sal y yo iré a las regiones del té.
Y así lo hicieron. De este modo, ahora, cada vez que uno hace té tibetano con sal y mantequilla, los dos amantes se reúnen.
1 Comments:
a pesar de los obstáculos, o gracias a ellos, se revela la verdadera naturaleza de la existencia.
un abrazo : j.alias
mi blog está en el fotolog...
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