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Alejandro Mos Riera es un polímata español. Poeta, escritor, periodista, pintor, fotógrafo, músico y cineasta. Director del Museum Of Silence, editor de The Modern Times y conservador de la Memoria del Mundo Moderno.

Tuesday, October 31, 2006

Bajo el volcán (Malcolm Lowry)


...Casi era como si se encontrase en aquel negro andén descubierto de la estación al que había acudido, después de beber toda la noche, para recibir a Lee Maitland que regresaba de Virginia a las 7.40 de la mañana; ido, aturdido, ligero de pies y en aquel estado de ánimo en que ciertamente se despierta el ángel de Baudelaire, deseoso tal vez de esperar trenes, pero no de esperar a los trenes que se detienen; porque en al mente del ángel no hay trenes que se detengan, y de tales trenes nadie baja, ni siquiera otro ángel, ni siquiera un ángel rubio como Lee Maitland. ¿Llegaba con retraso el tren? ¿Por qué estaba paseándose por el andén? ¿Era el segundo o el tercer tren de Suspesion Bridge ¡Suspensión!- "Tlax...", repitió el cónsul. "Elijo..."
Estaba en un cuarto, y de pronto en este cuarto la materia se dislocó; un picaporte se hallaba a cierta distancia de la puerta a la que correspondía. Solitaria, una cortina entró flotando hacia el interior, desprendida y sin estar sujeta a nada. Se le ocurrió al cónsul que la cortina había venido a estrangularlo. Un metódico relojito detrás del bar le volvió a su juicio con su fuerte tictac: Tlax: tlax: tlax: tlax... Las cinco y media. ¿Apenas? "Diablos", concluyó de modo absurdo. "Porque", presentó un billete de veinte pesos y lo puso encima de la mesa.
-Me gusta - les gritó desde fuera por la ventana abierta. Cervantes seguía detrás del mostrador, mirándolo asustado y sujetando su gallo-. Me gusta el infierno. Se me hace tarde para volver. De hecho, voy a toda prisa, ya casi estoy de vuelta en él.
Y corría, en efecto, a pesar de su cojera, gritándoles enloquecido, y lo extraño era que no hablaba del todo en serio al correr hacia el bosque que cada vez se hacía más sombrío y agitado en lo alto.. Sopló entonces de él una ráfaga de viento y el pirú bramó.
Se detuvo al cabo de un rato: todo estaba en calma. Nadie lo había seguido. ¿Era bueno eso? Sí lo era, pensó, con el corazón latiendo con violencia. Y puesto que era tan bueno, tomaría el camino a Parián, a El Farolito.
Ante él, escarpados, los volcanes parecían haberse acercado. Se erguían dominando la selva y se adentraban en el cielo cada vez más bajo ... su imponente interés se alzaba en el trasfondo.

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